Episodio 22: Puntos Amarillos.

Los “puntos amarillos” son diminutos patrones invisibles que las impresoras láser a color añaden en cada página. Funcionan como un código secreto que incluye número de serie, fecha y hora de impresión, permitiendo rastrear el origen de un documento. Se crearon para combatir la falsificación de billetes y pasaportes, ya que cada impresora genera un patrón único, similar a una huella digital. Estos puntos no se ven a simple vista y requieren lupa o filtros especiales. Aunque existen métodos para ocultarlos, siempre existe la posibilidad de dejar rastro en documentos confidenciales.

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Episodio 21: Imperio Romano.

El Imperio Romano, una fase autocrática que sucedió a la República, se extendió desde el Atlántico hasta el Caspio, dejando un legado cultural fundamental en Europa y el Mundo.
Su poder no se basó solo en su fuerza militar, sino en su genio ingenieril y la aplicación práctica de la tecnología. La invención del hormigón romano permitió la construcción de infraestructuras duraderas como acueductos, calzadas y el Panteón.
Otros avances clave incluyen el perfeccionamiento de arcos y bóvedas, sistemas de saneamiento, calefacción y contribuciones a la medicina y la agricultura.
Mientras Occidente caía, el Imperio Bizantino continuó hasta 1453. La ingeniería romana fue el pilar que definió la historia occidental.

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Episodio 20: Singularidad Tecnológica.

La singularidad tecnológica se refiere a un escenario hipotético en el que surge la inteligencia artificial general. Este concepto plantea que algoritmos, redes informáticas o robots podrían alcanzar la capacidad de diseñar y fabricar máquinas más avanzadas que las existentes. La reiteración de este proceso de mejora continua daría lugar a un fenómeno desbordado, conocido como explosión de inteligencia, en el cual sistemas inteligentes crearían generaciones sucesivas de máquinas cada vez más poderosas, desarrollando una capacidad cognitiva que superaría ampliamente a la humana.

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Episodio 19: Fiebre 349.

En 1992, en Filipinas se lanzó una promoción que consistía en imprimir números en las tapas de botellas de refrescos. Algunos podían canjearse por premios en efectivo, desde pequeñas cantidades hasta un gran premio de un millón de pesos filipinos. La campaña fue inicialmente muy exitosa, aumentando notablemente la participación en el mercado y generando miles de premios entregados. Sin embargo, un error en la promoción provocó disturbios y dejó al menos cinco personas fallecidas, lo que convirtió al evento en un grave incidente social.

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Episodio 18: Print Error.

El robo al Banco de Bangladesh, también conocido coloquialmente como el ciberatraco al Banco de Bangladesh, fue un hurto que tuvo lugar en febrero de 2016. Treinta y cinco instrucciones fraudulentas fueron emitidas por piratas informáticos a través de la red SWIFT para transferir ilegalmente cerca de 1.000 millones de dólares estadounidenses desde la cuenta del Banco de la Reserva Federal de Nueva York perteneciente al Banco de Bangladesh, el banco central de Bangladesh. Cinco de las treinta y cinco instrucciones fraudulentas lograron transferir 101 millones de dólares, de los cuales 81 millones fueron rastreados hasta Filipinas y 20 millones hasta Sri Lanka.

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Episodio 17: Criptomonedas.

Una criptomoneda es una forma de dinero digital que permite el intercambio de valor a través de Internet. Utiliza códigos muy seguros para proteger las operaciones y para asegurarse de que nadie pueda crear más unidades de las permitidas. Todo se registra en un libro de cuentas público compartido (como una cadena de bloques) que todos pueden verificar, en lugar de depender de un solo banco o empresa.

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Episodio 16: Virus Informáticos.

Un virus informático es un software que tiene por objetivo alterar el funcionamiento normal de cualquier tipo de dispositivo informático, sin el permiso o el conocimiento del usuario, principalmente para lograr fines maliciosos sobre el dispositivo. Los virus, habitualmente, reemplazan archivos ejecutables por otros infectados con el código de este mismo. Los virus pueden destruir, de manera intencionada, los datos almacenados en una computadora. La propagación de estos puede ocurrir de varias maneras diferentes, incluido el correo electrónico y la mensajería instantánea.

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Que rollo.

Existen pocas —muy pocas— fotografías con mi imagen que hayan sido tomadas en mis tiempos de universidad. De cualquier modo, antes de relatar la historia de hoy, les voy a dejar una foto de mi grupo de sexto de primaria; ya sé que no es lo mismo ni es igual pero casi-casi, pues.

La foto fue tomada en 1989 o 1990, en cuadro aparecemos: Omar, Edmond, Francisco (yo merengues), Gilberto, Luis, Moises, Edgar, Gerardo, Noe, Beatriz, Aide, Angelica, Yesel, Erika, Serenity, Macrina, Mirna y el profesor Edmundo.

Buenos tiempos, buenos recuerdos de cuando éramos jóvenes, muy felices; cuando todavía no teníamos cuentas por pagar cada mes…
… Bueno, «pos» como les iba diciendo: fotos de mí en la uni hay algunas pocas, muy pocas; tal vez sería porque revelar rollos fotográficos era todo un rollo, o porque aún no se terminaban de inventar las camaras digitales con memoria SD —recuerdo que alguien alguna vez llevó una camara con interface de diskette, una «verdavilla maradera»—, tal vez sería porque andaba ocupado siendo feliz a mi manera entre clases y reuniones de estudio —sí, de estudio dije, ¡salud!—, o tal vez fue porque entre clases reprobadas, dudas académicas y los ‘pedillos’ típicos de la etapa universitaria, olvidé tomar la foto, pedir una foto y posar para la foto. O tal vez fue la probadita de realidad que tuve desde el primer semestre: ya no aprobaba los exámenes sin estudiar, las tareas las sudaba cada vez más; dejé de ser el chamaco académicamente sobresaliente que solía ser de primaria a prepa y me convertí en el estudiante que sacaba seises, sietes y algunos ochos; quien era práctico y curioso; quien investigaba en la biblio y quien encontraba en internet soluciones para que —apenas raspando— lograra presentar los proyectos a tiempo. Buenos tiempos, buenos recuerdos, felicidad intermitente; ya había algunas pocas cuentas que pagar cada mes…
[Fast forward:] … pues con todo y todo, «a tiras y tirones» me gradué en 2001 a mis 23 años como Ingeniero en Computación por La Universidad Autónoma de Baja California, generación XXIII. Ya desde 1999 había yo estado viviendo en una casita que mis padres sacaron a crédito en la ciudad y comenzado a trabajar en una fabrica de televisores en Chicali City, así que una vez pasadas las borracheras y las resacas de las celebraciones, el paso natural era continuar viviendo y trabajando como hasta entonces —y sucedió así—. Trabajaba durante los días de la semana mientras que fines de semana ocurrían alguna de estas dos variaciones espacio-temporales: visitar la casa de mis padres en el Valle de Mexicali —la casa de mi infancia y juventud— o tirar la casa por la ventana en alguna celebración por todo —o por nada—, invitados: mis amigos de la escuela, o del trabajo, o carnita asada, bebidas refrescantes y hojas de hierbas secas humeantes aromáticas —no, no son de las que dan risa— hasta el amanecer —algunas veces en domingo—.

… En una ocasión, no recuerdo todos los detalles, tal vez mediodía seria, desperté a los tañidos de la puerta frontal… mejor dicho mi acompañante despertó a los tañidos de la puerta y, dijo «alguien toca», luego los llamados cambiaron a la puerta lateral, primero, y a la ventana trasera después; me incorporé y me asomé por la cortina; reconocí a mi padre. Al abrir la puerta de la cocina, él se detuvo en seco y miré que miró cierto bolso de mujer sobre la mesa, y luego me miró directo a los ojos y ahogando una sonrisa que yo no entendí, solamente dijo «andaba aquí cerca, tu madre me dijo que viniera a ver como estabas… ya me voy», —»estoy bien» respondí, y se fue. El siguiente fin de semana que visité la casa de mis padres, él me saludó con esa misma sonrisa en su rostro y dijo «los hijos crecen» wink-wink.

Como les iba diciendo: ya casi finalizados mis días de universidad; cuando ya estaban por llegar en serio las cuentas por pagar y sin tantas fotos mías de mí, ni de mi en mi paso por la uni: sucedió la ceremonia y fiesta de graduación. Previo, le pedí a un buen compañero de trabajo que en ese entonces era fotógrafo profesional, una cámara de sus cámaras —pues sí, así le dije «Modesto, presta una cámara de tus cámaras»—: una semi-profesional, una no muy «pro», ni muy aca —me impartió un curso rápido de cómo usarla, y listo—; el mero mero día de la celebración, entre risas y musica, entre brindis y bailes, entre discursos y amigos, disparé el obturador unas siete mil veces y el mero mero día de la revelación: no salió ni una sola imagen —ni una sola—. ¿¡KHE, rollo velado!? La chica de me explicó «velado no, sin exponer»… Y esa es la razón por la que, en este artículo puse una imagen de mi grupo de sexto primaria y no de la gradu de la uni —es casi-casi lo mismo, aunque no igual—.

NOTA: a todos los asistentes de la original, a ver cuando nos volvemos a reunir otra vez para hacer reconstrucción de hechos de la «fiestonga de gradu» y volver a tomar las fotos, esta vez con el rollo debidamente instalado en la cámara. Ok, no pues, LOL (me río en inglés). Fueron buenos tiempos; quedaron buenos-buenos recuerdos.

Algo huele mal.

Desde los inicios de mi vida escolar, y aún antes, solía yo ser un niño con un mil de preguntas y dos mil de curiosidad por saber como funcionaba el mundo natural, las ciencias y las matemáticas —aunque en mi niñez no supiera nada de nada, la neta del planeta—. Desde temprana edad mostré disposición y talento para la escuela; ya en secundaria descubrí jugosos filetes de conocimiento bien chingonometricos a los cuales hinqué mis recién adquiridos dientes permanentes —»mírame los dientitos», exclamó el aterrador e hipotético, cuasi-imaginario duende de la zanja— como algebra, trigonometría, física, química y la bien-pinches-fascinante: [presentar con redoble de tambores y humo de multi-color]:

«Surgida directamente en el antiguo Egipto, transformada en la época greco-romana y potenciada en el siglo diecinueve —»a la ma» el XIX da para una serie completa de blogs y podcasts, wink-wink— con ustedes la siempre-super-fascinante aunque a-veces-mal-comprendida mas nunca soporífera (siempre insoporífera).. con ustedes hoy, aquí, ahora, con nosotros, ‘in da jaus’: laaa biiiooolooogíííaaa» [EhhhHHHhhn, aplausos, ovación de pie, la ola, la ola y así].

—¡Amos Ka!—. Ok, ok era mi materia favorita en la secu, pues; en realidad todas lo eran, pues. Weno, a decir verdad tenía yo especial interés por las ciencias naturales. Las ciencias naturales y el método científico —Nooo, no es aburrido, nooo, ¿quién dice? nooo— y por los concursos científicos entre escuelas secundarias —mencioné que me resultaba… ammm, sí ya lo dije—. Bueno, el punto es que ese año, mil novecientos noventa y… DOS, sería, co-participé yo en tres equipos con un proyecto cada uno: el aparato circulatorio, el desalinizador solar y el cultivo hidropónico —la hidroponía da para hacer una empresa global de hierbas medicinales que dan risa, guiño-guiño—.

Es en este concurso científico de 1992, en la secundaria del ejido Oaxaca (en Mexicali, Baja California, México) donde lo que voy a relatar le sucedió al primo de un amigo —sí, eso, exactamente, así fue—.

Cuando llegaron al baile, a bailar se dirigieron —pues sí, ¿no? ¿o qué?—… Si mal no recuerdo ya habían pasado los jueces por nuestros puestos a escuchar las grandilocuentes maravillas científicas y tecnológicas, epopeyas de portentos por la humanidad, oh yeah; así fue hasta que en el último proyecto, olvidé los diálogos de mi actuación, recité la parte que no me tocaba y terminé descuadrando la presentación <insertar aquí miradas confusas> —fue algo hermoso, juar, juar, juar—.

Después de nuestras presentaciones los jueces iban a deliberar los proyectos y los exponentes iban a liberar un lonchecito merecido. Primero «chomp, chomp, chomp», luego «glug, glug, glug», después «ahhh» y «burrrp». Más tarde «grrru, borrrg, igrrr».

Ay no.

No ahora, por favor.

En esto no quedamos, ¿sí?; a paso veloz al baño me dirigí, a paso apretado papel no conseguí. ¡Ya valí, eso creí! —»Monesvol, aunque no existas, no me abandones así» y del recinto salí. Entre la multitud el auto de mi padre y a él estacionando en la acera, vi. —yaaa chole con la rima, hasta aquí—.

—Hola pá, que bueno que vino, ¿trae papel en su carro? es que aquí no encontré y pues, urge… ¿Sabe qué? Mejor vamos a la gasolinera, está más cerca. ¿¡Khe!? ¿Cerrada? Dele para allá, por el camino un matorral habrá. Ahí hay uno. Aquí mero.
—A toda prisa bajé del carro y detrás de unos arbustos me concentré en el asunto urgente, el cual fue resuelto y liquidado de forma expedita —y expedote, LOL—. Aunque cuidadosa la maniobra, también apresurada y, sospecho, embarrada oculta y misteriosa.

—Regresé al baño de la secundaria, lavé mis manos con agua y jabón, revisé varias veces mis ropas y zapatos; no noté nada raro mas «algo, algo huele mal»; es mi imaginación, pensé. [Lo feo:] ya no logré ignorar un tenue pero característico aroma a «inmundicia». [Lo malo:] fuese real o fuese imaginario, se fue todito al carajo el plan del día: hablarle a la chica que me gustaba. —Ni modo, otro día será—. [Lo bueno:] mi padre jamás rajó; nunca supe que le contara a nadie sobre el incidente. Ni yo tampoco; tal vez sea esta la primera vez que escribo —tal vez no, ¡seguro!— sobre la embarrada oculta y misteriosa…

O sea, es decir: primera vez que el primo de un amigo escribe sobre la embarrada oculta y misteriosa y la vez que ya no le habló a la chica que le gustaba porque, real o imaginario: algo huele mal. Sí, eso, exactamente, así fue…

¡Pá, sonría pa la foto!

Durante unos diez o doce meses mi padre, mi hermano menor y yo fuimos compañeros de oficina y colegas de oficio mientras trabajamos como ayudantes de plomero en la ciudad de Palm Springs, California, para una compañía llamada ABC (esto fue entre 2002 y 2003). Ya por ahí de mayo de 2003 yo me regresé a Chicali City mientras que ellos se quedaron trabajando en Cali. Para noviembre de 2003 me había asociado con dos compañeros ingenieros(Pablo y Javier) de la universidad y habíamos comenzado operaciones de un pequeño negocio-taller de venta y reparación de computadoras —el cual después dejé, aunque esa es otra historia—.
He de admitir que no recuerdo la fecha exacta de cuándo sucedió todo lo que estoy por relatar y varios detalles están —tal vez— mal archivados en el almacenamiento imperfecto de mi memoria; tengo el recuerdo un tanto vago en mi mente; con todo eso, así ocurrió:

Algunas veces Pablo y yo visitamos los Swap Meets de Calexico, a saber, «Las Palmas» y «El Santomi» para chacharear herramientas y mercancías para el negocito recién abierto. Fue en una de esas visitas en que uno de nosotros miró una empolvada y entelarañada cámara Polaroid en un puesto de chucherías, sobre un maltrecho montón de ropa de segunda —aún no era moda llamarle «ropa de paca»— al tiempo que uno de nosotros la tomaba en sus manos para inspeccionarla de cerca, el otro posaba para la —hasta ese momento hipotética y poco probable— fotografía instantánea de una «ni-modo-que-sí-sirva-ni-modo-que-tenga-rollo» cámara, al tiempo que el primero preguntaba a la encargada del puesto: «how much for the shoes?» (o algo así).
¡Y zas! que el modelo posa y el fotógrafo presiona el botón.
¡Y zas! que la cámara sí sirve y sí tiene rollo y está haciendo los ruidos característicos y «escupiendo» el papel fotográfico casi blanco que despuesito revelará una instantánea (la primera que yo miraba en muchos-muchos años)…
¡Y zas! que al tiempo la chica responde la pregunta con un «cinco dólares, está recién calada que sí sirve, jijiji». — Ni modo, a pagar…

No recuerdo quien fue el modelo ni el fotógrafo —si Pablo o yo, o yo o Pablo— de esa primera toma, ni cuantas fotos aún quedaban en el cartucho. Mas sí recuerdo que en la primer oportunidad que tuve, Circa marzo 2004, me la llevé a casa de mis padres. Cuando llegué a casa encontré a mi padre trabajando como siempre —tal vez instalando una repisa que aparece en la imagen, tal vez podando un arbol, tal vez reparando algo; no lo sé, no lo recuerdo, mi recordación es muy vaga— y le dije: «Pá, sonría pa la foto»… La Polaroid procesó el papel y esa fue la última del cartucho… «Ya, eso fue todo, jajaja».

Esa foto quedó guardada en un cajón del escritorio que se aprecia a cuadro, y pasaron muchas, muchas cosas antes que en 2010 la repisa colapsara sobre este mismo a causa del terremoto que también destruyó la casa de mi niñez…

El escritorio fue rescatado de las ruinas de la casa y depositado con parte de sus contenidos en el solar en una parte más o menos alejada de donde otrora estaba la casa…

Fastforward: por ahí de marzo 2024 durante una visita espontanea al lugar, noté el escritorio, abrí los cajones y estuve revisando algunos papeles que todavía quedan por ahí, ¡y zas! encontré la instantánea que le tomé a mi padre y que coincidentemente es la fotografía Polaroid más reciente que he tomado desde entonces; estuvo durante 20 años guardada en ese lugar.

Fue una super-gran-agradable-grata-sorpresa encontrarla; un mar de buenos recuerdos de mi padre ‘al instante’ me evocó la ‘imagen instantánea’ —como una vez que me dijo «hijo, la capital de Australia no es Sidney, es Canberra»—…

… Hoy tu foto está en mi escritorio, y recuerdo tus enseñanzas con gran cariño. Papá, feliz día del padre, se te extraña cada día.

[En memoria de Federico Ortiz Cabrales: 1948 – 2022]